Chapter Text
DespuĂ©s de dar por finalizada toda relaciĂłn con la Manada, comprendĂ que aquel era un paso inevitable para mĂ. Iba a pasar sĂ o sĂ en algĂșn momento, por mucho que me hubiera resistido a evitarlo. No se puede estar en un punto muerto entre el exilio y la Manada, con un pie en cada lado, porque no tenĂa ningĂșn sentido; solo servĂa para comerme la mierda de ambos mundos y no recibir nada a cambio. AsĂ que habĂa que elegir un bando, y como los lobos no me querĂan con ellos, elegĂ el exilio.
Yo seguĂa con Roier, por supuesto, porque era mi lobo y lo querĂa mucho. Cuidaba de Ă©l como lo habĂa cuidado siempre, cebĂĄndole como a un cerdo, mimĂĄndolo y cogiendo como animales. Era un Macho muy feliz, porque a mĂ me gustaba que lo fuera; sin embargo, habĂa momentos que le deprimĂan especialmente, y siempre era por el mismo puto motivo.
âEste fin de semana serĂĄ fiesta de Aroyitt âgimiĂł, acercĂĄndose a mĂ para acariciarme el rostro con el suyo y consolarseâ. Alfa no deja a Roier ir con SpreenâŠ
Le rodeĂ© con un brazo y le acariciĂ© la parte baja de la espalda sin apartar mi mirada del manual que leĂa para el trabajo.
âSeguro que en la siguiente âle mentĂ, como hacĂa siempre, porque el lobo se deprimirĂa si supiera la verdadâ. ÂżVos sabes arreglar una caldera tamaño industrial, Roier? âle preguntĂ©.
El lobo levantĂł la cabeza y mirĂł el manual antes de negar con la cabeza. ChasqueĂ© la lengua y puse una expresiĂłn aceptaciĂłn en el rostro. HabĂa conseguido un empleo bastante bien remunerado como conserje de unas oficinas del centro, pero habĂa mentido como un hijo de puta y le habĂa dicho a la mujer de la entrevista que, ademĂĄs de un gran limpiador, era un buen reparador y serĂa capaz de resolver cualquier problema de fontanerĂa o elĂ©ctrico que surgiera. Lo habĂa hecho porque contaba con que Roier pudiera ayudarme con aquello; el problema era que, por lo que ponĂa en ese manual, aquellas no eran redes de agua y sistemas elĂ©ctricos que salieran en los programas de bricolaje que veĂa el lobo.
âEstoy jodido⊠âmurmurĂ©, pensando en que no dudarĂa ni una semana allĂ.
âSpreen tendrĂa que venir con Roier, es su compañeroâŠ
Cerré el manual y miré al lobo a los ojos, cafés y ambar entre unas pestañas castañas y densas.
âRoier, vos sabes tan bien como yo que recuperar la confianza de la Manada es algo jodido. La cague mucho, asĂ que tenes que darles tiempo a ellos, a Carola y a vos mismo âle dije con un tono serio que Ă©l conocĂa muy bienâ. Deja de gemir porque no me invitan a las putas fiestas, me haces sentir mal y sabes lo mucho que odio verte triste. âMe levantĂ© del taburete frente a la barra de bar y agarre un cigarrillo del paqueteâ. IrĂĄs a ese cumpleaños, le darĂĄs el maldito regalo a Aroyitt, comerĂĄs lo que haya y despuĂ©s vendrĂĄs al edificio y tendremos un buen sexo en la conserjerĂa. Y se acabĂł.
Roier gimiĂł un poco, solo un poco por lo bajo, pero cuando lo mirĂ©, apartĂł los ojos rĂĄpidamente y se callĂł en seco. Siempre era la misma historia cuando llegaban los eventos de la Manada, y, por supuesto, yo era el Ășnico dispuesto a consolar al lobo; al resto les importaba una mierda que Ă©l lo pasara mal en aquellas reuniones, sobre todo al querido de su Alfa; ese que, al parecer, tanto lo querĂa.
âÂżSpreen encontro telefono? âme preguntĂł.
âNo, no lo encontre ârespondĂ en voz baja, abriendo la puerta de emergencias.
La luz roji*za y anaranjada del atardecer se colĂł entonces en una brillante columna que iluminaba el fino polvo que flotaba en el aire. No importaba lo mucho que barriera, con las putas plantas y el lobo allĂ, era imposible tener la casa siempre limpia.
âCreo que me lo robaron âañadĂ con un encogimiento de hombros.
âRoier puede pedir a Alfa telĂ©fono nuevo para Spreen.
âÂżPor quĂ© no le pedis un telĂ©fono nuevo para vos? âle sugerĂ, con la espalda apoyada en la pared de ladrillos y los brazos cruzados mientras fumaba el cigarroâ. Ya que tanto lo necesitas.
Roier gruñó como si la idea no le hiciera ninguna gracia.
âA Roier no le gusta tener telĂ©fono. No lo entiende. Prefiere que Spreen lo tenga y avise a su Macho si le llaman.
Arqueé una ceja y fumé una calada antes de responder:
âÂżNo lo entiendes?, ÂżquĂ© hay que entender? BotĂłn rojo para colgar llamada, verde para aceptarla. Te vi abrir la agenda y marcar los nĂșmeros, asĂ que sabes perfectamente cĂłmo funciona el puto celular.
El lobo alzĂł la cabeza con orgullo y cruzĂł sus brazos sobre el pecho. Acababa de salir de la cama, asĂ que apestaba a Olor a Macho, y solo llevaba su pantalĂłn ridĂculamente corto y obscenamente ajustado. Si no hubiĂ©ramos acabado de coger hacĂa apenas media hora, me habrĂa tirado sobre Ă©l como un puto puma salvaje.
âRoier quiere que Spreen tenga telĂ©fono âdeclarĂł con su tono serio de SubAlfaâ. Quiere poder llamarlo y que llame a su Macho o Manada si lo necesita.
â Te dije que no âconcluĂ, dando el tema por terminado.
Hacia semana y media que habĂa reventado el celular contra el suelo del asfalto y, en todo aquel tiempo, no habĂa tenido que volver a recibir ninguna de las llamadas ni mensajes de la Manada, ni tener que ver a ningĂșn otro lobo que no fuera el mĂo. Por supuesto, habĂa mentido a Roier y le habĂa dicho que lo «habĂa perdido» en algĂșn lado, porque la otra opciĂłn era «me cance de la puta Manada y se pueden ir a la re choncha puta de su vieja».
âSpreen tendrĂĄ telĂ©fono âgruñó Roier, acompañando sus palabras de un sonido ronco y enfadado. Esta vez, ni siquiera mi mirada seria y cortante le detuvo, asĂ que debĂa tratarse de alguna de las exigencias del lobo; una como «cama tiene que oler a Roier».
âVĂstete âle ordenĂ© tras un breve silencio, decidiendo si aquella era una guerra que merecĂa la pena luchar en ese momentoâ, tenemos que ir a hacer los recados antes de que anochezca y me vaya al trabajo.
El lobo se dio la vuelta, todavĂa con la cabeza levantada y su postura orgullosa, andando con largos y pesados pasos. MirĂ© como se alejaba, su espalda ancha y su apretadĂsimo culo de nalgas grandes y perfectas; Roier no tenĂa ni idea de la suerte que tenĂa de gustarme tanto como para soportar su mierda. Si la gente creĂa que era duro con Ă©l, era porque no me habĂan visto con otros hombres.
Roier continuĂł enfado y con cara seria todo el camino hacia la cafeterĂa donde desayunĂĄbamos ahora, no tan lindo como la anterior, pero con clientes igual de poco discretos. Tras aquello nos pasamos a por la comida y volvimos a casa; una siesta y sexo despuĂ©s, ya estĂĄbamos listos para comenzar la noche de trabajo. El lobo me dejĂł a las puertas del edificio de oficinas del centro y gruñó a forma de despedida, algo suave y grave acompañado de una mirada rĂĄpida. Estaba mĂĄs enfadado que molesto y querĂa dejĂĄrmelo bien claro, rozando esa fina y frĂĄgil lĂnea que ponĂa el lĂmite a mi paciencia.
âMĂĄs te vale que al volver no estĂ©s asĂ âle advertĂ, cerrando la puerta de un golpe seco.
Me di la vuelta y saquĂ© un cigarro mientras cruzaba al carretera e iba hacia el edificio. Me habĂan dado una llave especial con forma de tarjeta que tenĂa que deslizar por un lector electrĂłnico para poder abrir la puerta acristalada. Solo funcionaba allĂ y en la de conserjerĂa, vetĂĄndome el acceso a los pisos superiores de las oficinas; las cuales tenĂan a sus propios limpiadores. Yo era solo un contratado del propio edificio y me movĂa por el piso mĂĄs bajo, asĂ no habĂa problemas ni me culparĂan en caso de que «faltara algo» o «desapareciera algo». Aquella noche era la primera que estaba solo, ya que el hombre octogenario de fuerte acento al que al parecer estaba supliendo en vacaciones, se habĂa molestado en enseñarme los bĂĄsicos y normas del lugar antes de marcarse.
Lo primero que hice fue ir a la conserjerĂa, ponerme el mono de trabajo por encima de la ropa e ir a por la pulidora para darle brillo a las baldosas de la entrada, porque era lo que ponĂa en la lista de cosas que habĂa que hacer los miĂ©rcoles. Aunque muy aburrido, no era diferente al resto de trabajos que habĂa tenido, con la diferencia de que no tenĂa que soportar a clientes ni a lobos que vinieran a molestarme y a pedirme comida. No habĂa nada allĂ que pudiera interesarles, asĂ que no venĂan a verme. Por eso y porque le habĂa ordenado a Roier que no les dijera dĂłnde trabajaba ahora.
âMachos preguntan a Roier por Spreen. Bien âme habĂa respondido con sorpresa.
âNo quiero que los lobatos me jodan este trabajo, Roier.
âLobatos no van a volver a molestar a Spreen si no quieren que Roier se enfade de verdad⊠âme asegurĂł.
âNo se lo digas âhabĂa terminado ordenĂĄndole con tono serioâ. O me enojare.
AsĂ que mis noches habĂan vuelto a ser bastante tranquilas y simples, como cuando trabajaba en The Wondering Shop. Solo tenĂa que hacer mis tareas y despuĂ©s disfrutaba del resto de la noche libre para sentarme en conserjerĂa, mirar la pequeña tele que habĂa allĂ y contestar algunas llamadas de urgencias que pudieran llegar a esas horas de la madrugada. Cuando terminaba mi turno, me quitaba el mono y lo dejaba en la taquilla antes de salir por la puerta y reunirme con Roier en el Jeep. MirĂ© al lobo un par de segundos con expresiĂłn seria, conteniendo la excitaciĂłn que me produjo aquel repentino golpe de su Olor a Macho. Quise comprobar si seguĂa con aquella actitud molesta y orgullosa, como parecĂa mĂĄs tranquilo y me recibiĂł con un gruñidito feliz, subĂ al coche y le comĂ la boca y la pija.
âÂżTe llego la comida del tupper? âquise saber de camino a casa, fumando por la ventanilla abierta mientras disfrutaba del aire templado que entraba.
âRoier no quedĂł tan lleno como siempre âreconociĂł. ChasqueĂ© la lengua y soltĂ© el aire.
âComo vuelvan a tener otro fallo como ese, busco otro local de comida para llevar âle asegurĂ©.
Ya me habĂa enfadado bastante aquella tarde cuando me habĂan dicho que habĂan entregado mi arroz con carne a otro cliente por error y habĂan tenido que hacerlo de forma apresurada, pero en menor cantidad. Yo me habĂa quedado mirĂĄndoles con cara de muy pocos amigos y me habĂa negado a pagarles aquel plato que era casi la mitad de lo que me llevaba normalmente. Al menos el resto del pedido estaba bien y, al llegar a casa, pude ponerle una bandeja con el pequeño cerdo al horno de cinco kilos. Roier gruñó con profundo placer y lo devorĂł a grandes mordiscos, manchĂĄndose la boca de grasa. Yo me hice un sĂĄndwich y fui a la puerta de emergencias a fumar, como cualquier otra mañana, esperando a que el lobo terminara su cena antes de acompañarlo a la cama.
El jueves siguió el mismo patrón, exceptuando que empezó a hacer calor de nuevo y el lobo prefirió quedarse en la Guarida con los ventiladores mientras yo iba a hacer los recados. Volvà con las manos cargadas de bolsas, sudado, acalorado y con un corte de pelo. Roier me miró desde el sofå y empezó a gruñir, levantåndose casi de un salto para llevarme en brazos hacia la cama. No fue algo que me atrapara por sorpresa, asà que le rodeé la cadera con las piernas y el cuello con los brazos mientras lo besaba, hundiéndole la lengua hasta la garganta.
Tras cuatro buenas corridas de lobo, una inflamaciĂłn de cinco minutos y muchos mimos y ronroneos, al fin pude ir a darme una ducha fresca, disfrutando de aquella sensaciĂłn de calma y satisfacciĂłn que siempre me dejaba el sexo con mi Macho. Por desgracia, al llegar a la cocina vi algo que no querĂa ver.
âÂżQuĂ© mierda es esto, Roier? âle preguntĂ©, levantando una caja blanca con la imagen de un celular de Ășltimo modelo que habĂa sobre la barra de madera
El lobo se puso tenso nada mĂĄs oĂr el tono de mi voz, alzĂł la cabeza y se llenĂł de orgullo antes de gruñir.
âRoier SubAlfa de Manada. Es importante que estĂ© bien comunicado ahora que tiene Guarida y ya no vive en Refugio. Roier pidiĂł el telĂ©fono a Alfa.
âAh, entonces es para vos âdije, en un tono mĂĄs calmado, mirando la caja con otros ojosâ. ÂżTodos tienen un celulares tan caro? âle preguntĂ© antes de dejarlo a un lado para ir a por la bandeja de comidaâ. Compraremos una buena funda para que no lo rompas en dos dĂas haciendo uno de tus⊠trabajos.
Roier se sentĂł en el taburete frente a la barra de madera, todavĂa vigilante, pero mĂĄs calmado al ver mi reacciĂłn tranquila.
âQuackity se encarga de comprar mĂłviles y ordenadores de Manada, le gustan mucho esas cosas. AconsejĂł a Roier con televisiĂłn y equipo de mĂșsica âme explicĂł, mirando fijamente el los chuletones de cordero todavĂa calientes y bañados en salsa.
âÂżQuackity? âfruncĂ el ceño y entonces sonreĂâ. No sabĂa que era un friki de la tecnologĂa.
El lobo asintiĂł, pero ya tenĂa la bandeja delante y no quise hacerle sufrir y obligarle a tener que hablar mientras comĂa, asĂ que lo dejĂ© tranquilo, me sentĂ© a comerme el emparedado junto a Ă©l y despuĂ©s me llevĂ© un cafĂ© con hielo a la puerta de emergencia para fumarme un cigarrillo. Roier terminĂł tan lleno que cayĂł redondo en el sofĂĄ, gruñendo para que le acercara el control de la tele y metiĂ©ndose la mano dentro del bañador para rascarse la entrepierna. Le llevĂ© el control y uno de los ventiladores de la habitaciĂłn para que le diera un poco de aire; en menos de un minuto ya estaba dormido y roncando.
RecogĂ la bandeja de la barra y limpiĂ© los restos que habĂan quedado, terminando por pasar un paño a la mesa y volver a mirar la caja del smartphone. La abrĂ por pura curiosidad y mirĂ© el celular negro y fino con una pantalla tan grande como mi mano. PulsĂ© el botĂłn de encendido y la pantalla se iluminĂł, mostrando la imagen de un cielo estrellado sobre las dunas del desierto, la hora y el dĂa. ArqueĂ© las cejas con sorpresa, porque no me esperaba que ya estuviera configurado y preparado; porque era justo lo que iba a hacer en aquel momento, consciente de que Roier no iba a hacerlo por sĂ mismo. Entonces caĂ en la cuenta de que, si Quackity se lo habĂa comprado, probablemente se lo hubiera entregado con todo preparado.
DejĂ© el smartphone de vuelta en la caja y me reunĂ con el lobo en el sofĂĄ, masajeĂĄndole el pelo de forma distraĂda mientras cambiaba los canales de la televisiĂłn en busca de algo entretenido para pasar el tiempo hasta que Roier se despertara excitado y quisiera coger; lo que pasĂł hora y media despuĂ©s. Tras la inflamaciĂłn, ambos nos dimos una ducha rĂĄpida y nos preparamos para salir de casa: Roier con el tupper y el celular y yo con las llaves para echar las dos cerraduras. SaquĂ© un cigarro al subir al Jeep y abrimos las ventanillas, dejando que el aire nos agitara el pelo y nos refrescara en aquella calurosa noche de principios de Agosto. Cuando llegamos al centro y el lobo aparcĂł un momento el Jeep para que me bajara, me inclinĂ© a darle una caricia frotando mi rostro contra el suyo, Roier ronroneĂł y dije:
âSpreen se va.
âSpreen olvida el telĂ©fono âme recordĂł, agarrando el smartphone del apoyo especial del coche para entregĂĄrmeloâ. Roier no lo necesita si ya estĂĄ con Manada.
MirĂ© su mano extendida hacia mĂ y despuĂ©s sus ojos cafĂ©s de bordes mĂĄs ambar. Se produjo un breve silencio en el que pensĂ© detenidamente si el lobo se creĂa que yo era tan idiota como para caer en un truco tan malo. Entonces gruñó un poco y puso una expresiĂłn de orgullo y cabeza alta.
âRoier quiere que Spreen tenga telĂ©fono. âNo necesitĂ© decir nada, el lobo solo tuvo que mirar mi rostro para gruñir mĂĄs altoâ. Spreen tiene que obedecer a su Macho en esto, o Roier se enfadarĂĄ mucho.
âEntonces yo me enfadarĂ© mĂĄs âle asegurĂ©.
El lobo gruñó, llegando a mostrarme los dientes y abrir los ojos, pero fue apenas un momento antes de dejar el smartphone de vuelta a su sitio y girar el rostro para no tener que mirarme a la cara. Roier iba en serio aquella vez, nunca se ponĂa asĂ a no ser que fuera una de esas cosas que no iba a pasar por alto. ChasqueĂ© la lengua y agarre el celular del apoyo para llevĂĄrmelo conmigo antes de cerrar la puerta de un golpe seco que retumbĂł por toda la calle. AtravesĂ© la carretera y saquĂ© la tarjeta magnĂ©tica del bolsillo para abrir la puerta. TodavĂa estaba farfullando por lo bajo y con los dientes apretados cuando lleguĂ© a la conserjerĂa y tirĂ© el puto smartphone a la basura. ÂżRoier no lo querĂa? Bien, yo tampoco. Si necesitaba un celular ya me lo comprarĂa yo mismo. Me puse mi mono de trabajo y fui en busca del cubo y la fregona. Dos horas despuĂ©s, terminadas mis tareas y tras un merecido descanso en la sala del cafĂ©, volvĂ a la conserjerĂa y me tirĂ© en la vieja silla de oficina, con la tela rajada en algunas partes en las que se podĂa ver la espuma amarillenta que la llenaba. EncendĂ la tele y dejĂ© los pies cruzados encima de la mesa, sacĂĄndome un cigarro del paquete antes de encenderlo con el zippo. Se suponĂa que allĂ no se podĂa fumar, pero tampoco habĂa nadie para evitar que lo hiciera. Entonces empecĂ© a oĂr un zumbido bajo. FruncĂ el ceño, inclinĂĄndome hacia delante para ver si procedĂa de la pantalla o de la mierda de programa que estaba viendo; pero no era de allĂ. GirĂ© el rostro y mirĂ© la taquilla metĂĄlica con el nĂșmero dos impreso en negro. Me levantĂ© y la abrĂ, por si alguna mosca se habĂa quedado atrapada y el eco del metal estaba haciendo reverberar el zumbido de sus alas; pero no era eso. Me girĂ© y echĂ© un rĂĄpido vistazo a la pequeña sala de ventanas que era la conserjerĂa. Soltando un «ahâŠÂ» al comprenderlo. Me acerquĂ© a la basura y agarre el cubo para mirar el interior. El celular estaba encendido y vibraba, produciendo un zumbido contra la bolsa negra y el plĂĄstico.
No lo agarre al momento, sino que me quedĂ© mirĂĄndolo con una expresiĂłn muy seria, casi enfadada. No podĂa ser la Manada la que estuviera llamando, porque Roier ya estaba con ellos, asĂ que debĂa ser el propio Roier. QuizĂĄ querĂa comprobar que yo aĂșn tenĂa el smartphone, que no habĂa tirado seiscientos dĂłlares a la basura nada mĂĄs llegar al trabajo solo por puro orgullo, para asĂ poder seguir enfadado al volver a casa. Ăl me conocĂa lo suficiente para saber que podĂa hacer esa clase de cosas. Lo peor era que habĂa acertado de eso.
âÂżQuĂ© carajo quieres, Roier? âle preguntĂ© tras sacar el telĂ©fono de la basura para aceptar la llamadaâ. No tire el puto celular a la basura, tranquilo.
âEspero que no, Spreen, es un celular muy caro que Roier me ha pedido para ti ârespondiĂł una voz grave.
Cerré los ojos y cuando los abrà tomé una bocanada de aire.
âHola, Carola âle saludĂ© tranquilamente, cambiando por completo el tono de mi vozâ. Roier no estĂĄ acĂĄ.
âLo sĂ©. QuerĂa hablar contigo, si tienes un momento.
âClaro âmurmurĂ©, caminando hacia la silla rota para sentarme y apoyar de nuevo los pies en la mesa.
âRoier me dijo que habĂas perdido el celular tras nuestra Ășltima charla, pero quiso esperar un poco a ver si lo encontrabas. Supongo que no has tenido suerte⊠âotra vez sus pequeñas burlas, aquel giro ĂĄcido en su voz, como si no creyera lo que decĂa y sospechara que habĂa mentido. Que fuera cierto no cambiaba el hecho de que fuera desagradable oĂrle.
âNo, no tuve suerte.
Gruñó tras la lĂnea, un sonido bajo y mĂĄs agudo que significaba entendimiento y sorpresa.
âViniendo de una persona como tĂș, Spreen, lleguĂ© a creer que lo⊠habrĂas tirado a la basura para no tener que volver a recibir llamadas de la Manada.
A veces era increĂble lo predecible que yo podĂa llegar a ser.
âNo, solo lo perdĂ.
âYa. âCarola no me creyĂłâ. ÂżY quĂ© te parece el que te hemos regalado? âpreguntĂł, porque al Alfa le gustaba reĂrse de mĂ en mi puta caraâ. Es una especie de compensaciĂłn de parte de la Manada por los problemas que te han ocasionado los lobatos y por las noches que has tenido que pasar en la comisarĂa por su culpa.
âGracias, es todo un detalle.
âÂżLe has echado un vistazo?
âNo, no tuve tiempo.
âLo eligiĂł Quackity y lo configurĂł para ti, ha puesto en la agenda algunos de los nĂșmeros de la Manada, incluyendo el mĂo, por si necesitas volver a llamarme o contarme algo importante.
âGracias.
Hubo un breve silencio, porque yo no sonaba como siempre y Carola no era estĂșpido. No es que mi voz tuviera un tono sarcĂĄstico u ofensivo, por eso no habĂa reaccionado al principio; no, simplemente sonaba vacĂo, como una conversaciĂłn de ascensor, como si nada de lo que pudiera decirme fuera a conseguir ningĂșn tipo de respuesta en mĂ. Ni mala ni buena.
âNo damos nuestros nĂșmeros privados a gente que estĂĄ fuera de la Manada âme recordĂł, recalcando el hecho de que aquello era especial y que debĂa tenerlo en cuentaâ, pero hemos hecho una excepciĂłn en tu caso, solo porque eres el humano de Roier.
âPor supuesto. Gracias.
Otro breve silencio después, preguntó con un tono mås serio y seco:
âÂżEsta noche tampoco estĂĄs de humor para charlar, Spreen?
âSĂ, te estoy escuchando ârespondĂâ. ÂżPor quĂ©?
âPor nada âmurmurĂłâ. Ten cuidado con el celular, Spreen, porque si lo pierdes no te vamos a dar otro nunca mĂĄs ây colgĂł sin esperar a mi respuesta.
«No te vamos a regalar nada mĂĄs ni te vamos a dar otra oportunidad para poder estar en contacto con la Manada, asĂ que elige si quieres volver a echarlo todo por la borda y escupirnos a la cara, Spreen», me habĂa dicho entre lĂneas, usando la Sutileza de los Lobos, esa que a veces era complicada y difĂcil de percibir y entender; mĂĄs aĂșn si te estaban dando regalos con una mano mientras te abofeteaban con la otra. Si lo mirabas con perspectiva, aquello era una gran señal. Carola me habĂa llamado para darme una pequeña oportunidad, una pequeña muestra de interĂ©s, un pequeño paso hacia delante, una pequeña prueba del Alfa y la Manada para comprobar si yo volvĂa a comportarme como un idiota y a despreciarles. Esta vez de una forma discreta y no en mitad de una bolera llena de gente, con un celular y la oferta de poder contactar con ellos en caso de necesidad y el compromiso de que ellos pudiera hacer lo mismo conmigo.
Yo sabĂa todo esto cuando deslicĂ© la pantalla del smartphone y fui a la agenda. Era muy consciente de la mano que me habĂan tendido cuando mirĂ© los nĂșmeros guardados «Quackity. Rubius. Carola». Y, finalmente, «Refugio». Yo sabĂa que eran pocos, pero que significaban mucho mientras los seleccionaba uno por uno. SabĂa que aquella era una buena oportunidad para demostrar que lo de la bolera solo habĂa sido un error cuando pulsĂ© el botĂłn BORRAR y desparecieron todos de golpe.
SĂ, yo era totalmente consciente de aquello, pero ya era tarde. Me habĂa pasado dos meses y pico ayudĂĄndolos, frustrado y enfadado, y ellos habĂan decidido darme un pequeño premio ahora, cuando ya no me importaba. SonreĂ y dejĂ© el celular a un lado. Casi parecĂa un puto chiste, casi parecĂa que se estaban riendo de mĂ, esperando a ese preciso momento en el que yo ya habĂa perdido toda esperanza para darme algo que yo ya no querĂa. Me crucĂ© de brazos y me recostĂ© en la silla, mirando la pantalla de la televisiĂłn.
Yo no habĂa perdido a la Manada. La Manada me habĂa perdido a mĂ.