HUMAN🌕 - Chapter 38 - M0CHI23 (2024)

Chapter Text

DespuĂ©s de dar por finalizada toda relaciĂłn con la Manada, comprendĂ­ que aquel era un paso inevitable para mĂ­. Iba a pasar sĂ­ o sĂ­ en algĂșn momento, por mucho que me hubiera resistido a evitarlo. No se puede estar en un punto muerto entre el exilio y la Manada, con un pie en cada lado, porque no tenĂ­a ningĂșn sentido; solo servĂ­a para comerme la mierda de ambos mundos y no recibir nada a cambio. AsĂ­ que habĂ­a que elegir un bando, y como los lobos no me querĂ­an con ellos, elegĂ­ el exilio.

Yo seguĂ­a con Roier, por supuesto, porque era mi lobo y lo querĂ­a mucho. Cuidaba de Ă©l como lo habĂ­a cuidado siempre, cebĂĄndole como a un cerdo, mimĂĄndolo y cogiendo como animales. Era un Macho muy feliz, porque a mĂ­ me gustaba que lo fuera; sin embargo, habĂ­a momentos que le deprimĂ­an especialmente, y siempre era por el mismo puto motivo.

—Este fin de semana será fiesta de Aroyitt —gimió, acercándose a mí para acariciarme el rostro con el suyo y consolarse—. Alfa no deja a Roier ir con Spreen


Le rodeé con un brazo y le acaricié la parte baja de la espalda sin apartar mi mirada del manual que leía para el trabajo.

—Seguro que en la siguiente —le mentĂ­, como hacĂ­a siempre, porque el lobo se deprimirĂ­a si supiera la verdad—. ÂżVos sabes arreglar una caldera tamaño industrial, Roier? —le preguntĂ©.

El lobo levantó la cabeza y miró el manual antes de negar con la cabeza. Chasqueé la lengua y puse una expresión aceptación en el rostro. Había conseguido un empleo bastante bien remunerado como conserje de unas oficinas del centro, pero había mentido como un hijo de puta y le había dicho a la mujer de la entrevista que, ademås de un gran limpiador, era un buen reparador y sería capaz de resolver cualquier problema de fontanería o eléctrico que surgiera. Lo había hecho porque contaba con que Roier pudiera ayudarme con aquello; el problema era que, por lo que ponía en ese manual, aquellas no eran redes de agua y sistemas eléctricos que salieran en los programas de bricolaje que veía el lobo.

—Estoy jodido
 —murmurĂ©, pensando en que no dudarĂ­a ni una semana allĂ­.

—Spreen tendrĂ­a que venir con Roier, es su compañero


Cerré el manual y miré al lobo a los ojos, cafés y ambar entre unas pestañas castañas y densas.

—Roier, vos sabes tan bien como yo que recuperar la confianza de la Manada es algo jodido. La cague mucho, asĂ­ que tenes que darles tiempo a ellos, a Carola y a vos mismo —le dije con un tono serio que Ă©l conocĂ­a muy bien—. Deja de gemir porque no me invitan a las putas fiestas, me haces sentir mal y sabes lo mucho que odio verte triste. —Me levantĂ© del taburete frente a la barra de bar y agarre un cigarrillo del paquete—. IrĂĄs a ese cumpleaños, le darĂĄs el maldito regalo a Aroyitt, comerĂĄs lo que haya y despuĂ©s vendrĂĄs al edificio y tendremos un buen sexo en la conserjerĂ­a. Y se acabĂł.

Roier gimiĂł un poco, solo un poco por lo bajo, pero cuando lo mirĂ©, apartĂł los ojos rĂĄpidamente y se callĂł en seco. Siempre era la misma historia cuando llegaban los eventos de la Manada, y, por supuesto, yo era el Ășnico dispuesto a consolar al lobo; al resto les importaba una mierda que Ă©l lo pasara mal en aquellas reuniones, sobre todo al querido de su Alfa; ese que, al parecer, tanto lo querĂ­a.

—¿Spreen encontro telefono? —me preguntó.

—No, no lo encontre —respondí en voz baja, abriendo la puerta de emergencias.

La luz roji*za y anaranjada del atardecer se colĂł entonces en una brillante columna que iluminaba el fino polvo que flotaba en el aire. No importaba lo mucho que barriera, con las putas plantas y el lobo allĂ­, era imposible tener la casa siempre limpia.

—Creo que me lo robaron —añadĂ­ con un encogimiento de hombros.

—Roier puede pedir a Alfa telĂ©fono nuevo para Spreen.

—¿Por quĂ© no le pedis un telĂ©fono nuevo para vos? —le sugerĂ­, con la espalda apoyada en la pared de ladrillos y los brazos cruzados mientras fumaba el cigarro—. Ya que tanto lo necesitas.

Roier gruñó como si la idea no le hiciera ninguna gracia.

—A Roier no le gusta tener telĂ©fono. No lo entiende. Prefiere que Spreen lo tenga y avise a su Macho si le llaman.

Arqueé una ceja y fumé una calada antes de responder:

—¿No lo entiendes?, ÂżquĂ© hay que entender? BotĂłn rojo para colgar llamada, verde para aceptarla. Te vi abrir la agenda y marcar los nĂșmeros, asĂ­ que sabes perfectamente cĂłmo funciona el puto celular.

El lobo alzó la cabeza con orgullo y cruzó sus brazos sobre el pecho. Acababa de salir de la cama, así que apestaba a Olor a Macho, y solo llevaba su pantalón ridículamente corto y obscenamente ajustado. Si no hubiéramos acabado de coger hacía apenas media hora, me habría tirado sobre él como un puto puma salvaje.

—Roier quiere que Spreen tenga telĂ©fono —declarĂł con su tono serio de SubAlfa—. Quiere poder llamarlo y que llame a su Macho o Manada si lo necesita.

— Te dije que no —concluí, dando el tema por terminado.

Hacia semana y media que habĂ­a reventado el celular contra el suelo del asfalto y, en todo aquel tiempo, no habĂ­a tenido que volver a recibir ninguna de las llamadas ni mensajes de la Manada, ni tener que ver a ningĂșn otro lobo que no fuera el mĂ­o. Por supuesto, habĂ­a mentido a Roier y le habĂ­a dicho que lo «habĂ­a perdido» en algĂșn lado, porque la otra opciĂłn era «me cance de la puta Manada y se pueden ir a la re choncha puta de su vieja».

—Spreen tendrĂĄ telĂ©fono —gruñó Roier, acompañando sus palabras de un sonido ronco y enfadado. Esta vez, ni siquiera mi mirada seria y cortante le detuvo, asĂ­ que debĂ­a tratarse de alguna de las exigencias del lobo; una como «cama tiene que oler a Roier».

—VĂ­stete —le ordenĂ© tras un breve silencio, decidiendo si aquella era una guerra que merecĂ­a la pena luchar en ese momento—, tenemos que ir a hacer los recados antes de que anochezca y me vaya al trabajo.

El lobo se dio la vuelta, todavía con la cabeza levantada y su postura orgullosa, andando con largos y pesados pasos. Miré como se alejaba, su espalda ancha y su apretadísimo culo de nalgas grandes y perfectas; Roier no tenía ni idea de la suerte que tenía de gustarme tanto como para soportar su mierda. Si la gente creía que era duro con él, era porque no me habían visto con otros hombres.

Roier continuó enfado y con cara seria todo el camino hacia la cafetería donde desayunåbamos ahora, no tan lindo como la anterior, pero con clientes igual de poco discretos. Tras aquello nos pasamos a por la comida y volvimos a casa; una siesta y sexo después, ya eståbamos listos para comenzar la noche de trabajo. El lobo me dejó a las puertas del edificio de oficinas del centro y gruñó a forma de despedida, algo suave y grave acompañado de una mirada råpida. Estaba mås enfadado que molesto y quería dejårmelo bien claro, rozando esa fina y frågil línea que ponía el límite a mi paciencia.

—MĂĄs te vale que al volver no estĂ©s asĂ­ —le advertĂ­, cerrando la puerta de un golpe seco.

Me di la vuelta y saqué un cigarro mientras cruzaba al carretera e iba hacia el edificio. Me habían dado una llave especial con forma de tarjeta que tenía que deslizar por un lector electrónico para poder abrir la puerta acristalada. Solo funcionaba allí y en la de conserjería, vetåndome el acceso a los pisos superiores de las oficinas; las cuales tenían a sus propios limpiadores. Yo era solo un contratado del propio edificio y me movía por el piso mås bajo, así no había problemas ni me culparían en caso de que «faltara algo» o «desapareciera algo». Aquella noche era la primera que estaba solo, ya que el hombre octogenario de fuerte acento al que al parecer estaba supliendo en vacaciones, se había molestado en enseñarme los båsicos y normas del lugar antes de marcarse.

Lo primero que hice fue ir a la conserjería, ponerme el mono de trabajo por encima de la ropa e ir a por la pulidora para darle brillo a las baldosas de la entrada, porque era lo que ponía en la lista de cosas que había que hacer los miércoles. Aunque muy aburrido, no era diferente al resto de trabajos que había tenido, con la diferencia de que no tenía que soportar a clientes ni a lobos que vinieran a molestarme y a pedirme comida. No había nada allí que pudiera interesarles, así que no venían a verme. Por eso y porque le había ordenado a Roier que no les dijera dónde trabajaba ahora.

—Machos preguntan a Roier por Spreen. Bien —me había respondido con sorpresa.

—No quiero que los lobatos me jodan este trabajo, Roier.

—Lobatos no van a volver a molestar a Spreen si no quieren que Roier se enfade de verdad
 —me aseguró.

—No se lo digas —había terminado ordenándole con tono serio—. O me enojare.

Así que mis noches habían vuelto a ser bastante tranquilas y simples, como cuando trabajaba en The Wondering Shop. Solo tenía que hacer mis tareas y después disfrutaba del resto de la noche libre para sentarme en conserjería, mirar la pequeña tele que había allí y contestar algunas llamadas de urgencias que pudieran llegar a esas horas de la madrugada. Cuando terminaba mi turno, me quitaba el mono y lo dejaba en la taquilla antes de salir por la puerta y reunirme con Roier en el Jeep. Miré al lobo un par de segundos con expresión seria, conteniendo la excitación que me produjo aquel repentino golpe de su Olor a Macho. Quise comprobar si seguía con aquella actitud molesta y orgullosa, como parecía mås tranquilo y me recibió con un gruñidito feliz, subí al coche y le comí la boca y la pija.

—¿Te llego la comida del tupper? —quise saber de camino a casa, fumando por la ventanilla abierta mientras disfrutaba del aire templado que entraba.

—Roier no quedĂł tan lleno como siempre —reconociĂł. ChasqueĂ© la lengua y soltĂ© el aire.

—Como vuelvan a tener otro fallo como ese, busco otro local de comida para llevar —le asegurĂ©.

Ya me había enfadado bastante aquella tarde cuando me habían dicho que habían entregado mi arroz con carne a otro cliente por error y habían tenido que hacerlo de forma apresurada, pero en menor cantidad. Yo me había quedado miråndoles con cara de muy pocos amigos y me había negado a pagarles aquel plato que era casi la mitad de lo que me llevaba normalmente. Al menos el resto del pedido estaba bien y, al llegar a casa, pude ponerle una bandeja con el pequeño cerdo al horno de cinco kilos. Roier gruñó con profundo placer y lo devoró a grandes mordiscos, manchåndose la boca de grasa. Yo me hice un såndwich y fui a la puerta de emergencias a fumar, como cualquier otra mañana, esperando a que el lobo terminara su cena antes de acompañarlo a la cama.

El jueves siguió el mismo patrón, exceptuando que empezó a hacer calor de nuevo y el lobo prefirió quedarse en la Guarida con los ventiladores mientras yo iba a hacer los recados. Volví con las manos cargadas de bolsas, sudado, acalorado y con un corte de pelo. Roier me miró desde el sofå y empezó a gruñir, levantåndose casi de un salto para llevarme en brazos hacia la cama. No fue algo que me atrapara por sorpresa, así que le rodeé la cadera con las piernas y el cuello con los brazos mientras lo besaba, hundiéndole la lengua hasta la garganta.

Tras cuatro buenas corridas de lobo, una inflamaciĂłn de cinco minutos y muchos mimos y ronroneos, al fin pude ir a darme una ducha fresca, disfrutando de aquella sensaciĂłn de calma y satisfacciĂłn que siempre me dejaba el sexo con mi Macho. Por desgracia, al llegar a la cocina vi algo que no querĂ­a ver.

—¿QuĂ© mierda es esto, Roier? —le preguntĂ©, levantando una caja blanca con la imagen de un celular de Ășltimo modelo que habĂ­a sobre la barra de madera

El lobo se puso tenso nada mås oír el tono de mi voz, alzó la cabeza y se llenó de orgullo antes de gruñir.

—Roier SubAlfa de Manada. Es importante que estĂ© bien comunicado ahora que tiene Guarida y ya no vive en Refugio. Roier pidiĂł el telĂ©fono a Alfa.

—Ah, entonces es para vos —dije, en un tono mĂĄs calmado, mirando la caja con otros ojos—. ÂżTodos tienen un celulares tan caro? —le preguntĂ© antes de dejarlo a un lado para ir a por la bandeja de comida—. Compraremos una buena funda para que no lo rompas en dos dĂ­as haciendo uno de tus
 trabajos.

Roier se sentĂł en el taburete frente a la barra de madera, todavĂ­a vigilante, pero mĂĄs calmado al ver mi reacciĂłn tranquila.

—Quackity se encarga de comprar mĂłviles y ordenadores de Manada, le gustan mucho esas cosas. AconsejĂł a Roier con televisiĂłn y equipo de mĂșsica —me explicĂł, mirando fijamente el los chuletones de cordero todavĂ­a calientes y bañados en salsa.

—¿Quackity? —fruncĂ­ el ceño y entonces sonreí—. No sabĂ­a que era un friki de la tecnologĂ­a.

El lobo asintió, pero ya tenía la bandeja delante y no quise hacerle sufrir y obligarle a tener que hablar mientras comía, así que lo dejé tranquilo, me senté a comerme el emparedado junto a él y después me llevé un café con hielo a la puerta de emergencia para fumarme un cigarrillo. Roier terminó tan lleno que cayó redondo en el sofå, gruñendo para que le acercara el control de la tele y metiéndose la mano dentro del bañador para rascarse la entrepierna. Le llevé el control y uno de los ventiladores de la habitación para que le diera un poco de aire; en menos de un minuto ya estaba dormido y roncando.

Recogí la bandeja de la barra y limpié los restos que habían quedado, terminando por pasar un paño a la mesa y volver a mirar la caja del smartphone. La abrí por pura curiosidad y miré el celular negro y fino con una pantalla tan grande como mi mano. Pulsé el botón de encendido y la pantalla se iluminó, mostrando la imagen de un cielo estrellado sobre las dunas del desierto, la hora y el día. Arqueé las cejas con sorpresa, porque no me esperaba que ya estuviera configurado y preparado; porque era justo lo que iba a hacer en aquel momento, consciente de que Roier no iba a hacerlo por sí mismo. Entonces caí en la cuenta de que, si Quackity se lo había comprado, probablemente se lo hubiera entregado con todo preparado.

Dejé el smartphone de vuelta en la caja y me reuní con el lobo en el sofå, masajeåndole el pelo de forma distraída mientras cambiaba los canales de la televisión en busca de algo entretenido para pasar el tiempo hasta que Roier se despertara excitado y quisiera coger; lo que pasó hora y media después. Tras la inflamación, ambos nos dimos una ducha råpida y nos preparamos para salir de casa: Roier con el tupper y el celular y yo con las llaves para echar las dos cerraduras. Saqué un cigarro al subir al Jeep y abrimos las ventanillas, dejando que el aire nos agitara el pelo y nos refrescara en aquella calurosa noche de principios de Agosto. Cuando llegamos al centro y el lobo aparcó un momento el Jeep para que me bajara, me incliné a darle una caricia frotando mi rostro contra el suyo, Roier ronroneó y dije:

—Spreen se va.

—Spreen olvida el telĂ©fono —me recordĂł, agarrando el smartphone del apoyo especial del coche para entregĂĄrmelo—. Roier no lo necesita si ya estĂĄ con Manada.

Miré su mano extendida hacia mí y después sus ojos cafés de bordes mås ambar. Se produjo un breve silencio en el que pensé detenidamente si el lobo se creía que yo era tan idiota como para caer en un truco tan malo. Entonces gruñó un poco y puso una expresión de orgullo y cabeza alta.

—Roier quiere que Spreen tenga telĂ©fono. —No necesitĂ© decir nada, el lobo solo tuvo que mirar mi rostro para gruñir mĂĄs alto—. Spreen tiene que obedecer a su Macho en esto, o Roier se enfadarĂĄ mucho.

—Entonces yo me enfadarĂ© mĂĄs —le asegurĂ©.

El lobo gruñó, llegando a mostrarme los dientes y abrir los ojos, pero fue apenas un momento antes de dejar el smartphone de vuelta a su sitio y girar el rostro para no tener que mirarme a la cara. Roier iba en serio aquella vez, nunca se ponĂ­a asĂ­ a no ser que fuera una de esas cosas que no iba a pasar por alto. ChasqueĂ© la lengua y agarre el celular del apoyo para llevĂĄrmelo conmigo antes de cerrar la puerta de un golpe seco que retumbĂł por toda la calle. AtravesĂ© la carretera y saquĂ© la tarjeta magnĂ©tica del bolsillo para abrir la puerta. TodavĂ­a estaba farfullando por lo bajo y con los dientes apretados cuando lleguĂ© a la conserjerĂ­a y tirĂ© el puto smartphone a la basura. ÂżRoier no lo querĂ­a? Bien, yo tampoco. Si necesitaba un celular ya me lo comprarĂ­a yo mismo. Me puse mi mono de trabajo y fui en busca del cubo y la fregona. Dos horas despuĂ©s, terminadas mis tareas y tras un merecido descanso en la sala del cafĂ©, volvĂ­ a la conserjerĂ­a y me tirĂ© en la vieja silla de oficina, con la tela rajada en algunas partes en las que se podĂ­a ver la espuma amarillenta que la llenaba. EncendĂ­ la tele y dejĂ© los pies cruzados encima de la mesa, sacĂĄndome un cigarro del paquete antes de encenderlo con el zippo. Se suponĂ­a que allĂ­ no se podĂ­a fumar, pero tampoco habĂ­a nadie para evitar que lo hiciera. Entonces empecĂ© a oĂ­r un zumbido bajo. FruncĂ­ el ceño, inclinĂĄndome hacia delante para ver si procedĂ­a de la pantalla o de la mierda de programa que estaba viendo; pero no era de allĂ­. GirĂ© el rostro y mirĂ© la taquilla metĂĄlica con el nĂșmero dos impreso en negro. Me levantĂ© y la abrĂ­, por si alguna mosca se habĂ­a quedado atrapada y el eco del metal estaba haciendo reverberar el zumbido de sus alas; pero no era eso. Me girĂ© y echĂ© un rĂĄpido vistazo a la pequeña sala de ventanas que era la conserjerĂ­a. Soltando un «ah » al comprenderlo. Me acerquĂ© a la basura y agarre el cubo para mirar el interior. El celular estaba encendido y vibraba, produciendo un zumbido contra la bolsa negra y el plĂĄstico.

No lo agarre al momento, sino que me quedĂ© mirĂĄndolo con una expresiĂłn muy seria, casi enfadada. No podĂ­a ser la Manada la que estuviera llamando, porque Roier ya estaba con ellos, asĂ­ que debĂ­a ser el propio Roier. QuizĂĄ querĂ­a comprobar que yo aĂșn tenĂ­a el smartphone, que no habĂ­a tirado seiscientos dĂłlares a la basura nada mĂĄs llegar al trabajo solo por puro orgullo, para asĂ­ poder seguir enfadado al volver a casa. Él me conocĂ­a lo suficiente para saber que podĂ­a hacer esa clase de cosas. Lo peor era que habĂ­a acertado de eso.

—¿QuĂ© carajo quieres, Roier? —le preguntĂ© tras sacar el telĂ©fono de la basura para aceptar la llamada—. No tire el puto celular a la basura, tranquilo.

—Espero que no, Spreen, es un celular muy caro que Roier me ha pedido para ti —respondió una voz grave.

Cerré los ojos y cuando los abrí tomé una bocanada de aire.

—Hola, Carola —le saludĂ© tranquilamente, cambiando por completo el tono de mi voz—. Roier no estĂĄ acĂĄ.

—Lo sĂ©. QuerĂ­a hablar contigo, si tienes un momento.

—Claro —murmurĂ©, caminando hacia la silla rota para sentarme y apoyar de nuevo los pies en la mesa.

—Roier me dijo que habĂ­as perdido el celular tras nuestra Ășltima charla, pero quiso esperar un poco a ver si lo encontrabas. Supongo que no has tenido suerte
 —otra vez sus pequeñas burlas, aquel giro ĂĄcido en su voz, como si no creyera lo que decĂ­a y sospechara que habĂ­a mentido. Que fuera cierto no cambiaba el hecho de que fuera desagradable oĂ­rle.

—No, no tuve suerte.

Gruñó tras la línea, un sonido bajo y mås agudo que significaba entendimiento y sorpresa.

—Viniendo de una persona como tĂș, Spreen, lleguĂ© a creer que lo
 habrĂ­as tirado a la basura para no tener que volver a recibir llamadas de la Manada.

A veces era increĂ­ble lo predecible que yo podĂ­a llegar a ser.

—No, solo lo perdí.

—Ya. —Carola no me creyó—. ÂżY quĂ© te parece el que te hemos regalado? —preguntĂł, porque al Alfa le gustaba reĂ­rse de mĂ­ en mi puta cara—. Es una especie de compensaciĂłn de parte de la Manada por los problemas que te han ocasionado los lobatos y por las noches que has tenido que pasar en la comisarĂ­a por su culpa.

—Gracias, es todo un detalle.

—¿Le has echado un vistazo?

—No, no tuve tiempo.

—Lo eligiĂł Quackity y lo configurĂł para ti, ha puesto en la agenda algunos de los nĂșmeros de la Manada, incluyendo el mĂ­o, por si necesitas volver a llamarme o contarme algo importante.

—Gracias.

Hubo un breve silencio, porque yo no sonaba como siempre y Carola no era estĂșpido. No es que mi voz tuviera un tono sarcĂĄstico u ofensivo, por eso no habĂ­a reaccionado al principio; no, simplemente sonaba vacĂ­o, como una conversaciĂłn de ascensor, como si nada de lo que pudiera decirme fuera a conseguir ningĂșn tipo de respuesta en mĂ­. Ni mala ni buena.

—No damos nuestros nĂșmeros privados a gente que estĂĄ fuera de la Manada —me recordĂł, recalcando el hecho de que aquello era especial y que debĂ­a tenerlo en cuenta—, pero hemos hecho una excepciĂłn en tu caso, solo porque eres el humano de Roier.

—Por supuesto. Gracias.

Otro breve silencio después, preguntó con un tono mås serio y seco:

—¿Esta noche tampoco estás de humor para charlar, Spreen?

—SĂ­, te estoy escuchando —respondí—. ÂżPor quĂ©?

—Por nada —murmuró—. Ten cuidado con el celular, Spreen, porque si lo pierdes no te vamos a dar otro nunca más —y colgó sin esperar a mi respuesta.

«No te vamos a regalar nada mĂĄs ni te vamos a dar otra oportunidad para poder estar en contacto con la Manada, asĂ­ que elige si quieres volver a echarlo todo por la borda y escupirnos a la cara, Spreen», me habĂ­a dicho entre lĂ­neas, usando la Sutileza de los Lobos, esa que a veces era complicada y difĂ­cil de percibir y entender; mĂĄs aĂșn si te estaban dando regalos con una mano mientras te abofeteaban con la otra. Si lo mirabas con perspectiva, aquello era una gran señal. Carola me habĂ­a llamado para darme una pequeña oportunidad, una pequeña muestra de interĂ©s, un pequeño paso hacia delante, una pequeña prueba del Alfa y la Manada para comprobar si yo volvĂ­a a comportarme como un idiota y a despreciarles. Esta vez de una forma discreta y no en mitad de una bolera llena de gente, con un celular y la oferta de poder contactar con ellos en caso de necesidad y el compromiso de que ellos pudiera hacer lo mismo conmigo.

Yo sabĂ­a todo esto cuando deslicĂ© la pantalla del smartphone y fui a la agenda. Era muy consciente de la mano que me habĂ­an tendido cuando mirĂ© los nĂșmeros guardados «Quackity. Rubius. Carola». Y, finalmente, «Refugio». Yo sabĂ­a que eran pocos, pero que significaban mucho mientras los seleccionaba uno por uno. SabĂ­a que aquella era una buena oportunidad para demostrar que lo de la bolera solo habĂ­a sido un error cuando pulsĂ© el botĂłn BORRAR y desparecieron todos de golpe.

Sí, yo era totalmente consciente de aquello, pero ya era tarde. Me había pasado dos meses y pico ayudåndolos, frustrado y enfadado, y ellos habían decidido darme un pequeño premio ahora, cuando ya no me importaba. Sonreí y dejé el celular a un lado. Casi parecía un puto chiste, casi parecía que se estaban riendo de mí, esperando a ese preciso momento en el que yo ya había perdido toda esperanza para darme algo que yo ya no quería. Me crucé de brazos y me recosté en la silla, mirando la pantalla de la televisión.

Yo no habĂ­a perdido a la Manada. La Manada me habĂ­a perdido a mĂ­.

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Author: Lidia Grady

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Name: Lidia Grady

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